lunes, 20 de abril de 2015

4/20/2015 12:44:00 p. m. - No comments

El turco no descansa (Parte II)



El lacre con el escudo del Virrey selló el papel en cuanto el secretario termino el despacho, era solo para ojos de su Majestad.

Salió el mensajero por la puerta con tal ímpetu que chocó contra otra figura que se afanaba por entrar. -¡Vive Dios!- Interpeló con un empujón el golpeado con un trueno en la voz. El correo rodó por el suelo y se quedo tendido, descompuesto. La tensión se mascaba en el ambiente pero no había tiempo para eso. -Teneos. -Dijo el Virrey previniendo el golpe que iba a soltar el hombre con el puño al muchacho, este alzo la vista, contrariado. A la luz de las velas pudo observar el rostro del recién llegado, el bigote era lo que mas destacaba en su figura, grande y erizado, cano y poderoso. El capitán de las Galeras de Nápoles rondaba la cincuentena pero tenia la energía de hacia veinte años, hombre curtido en la mar y en las batallas, su ánimo era rápido, tan pronto podía pasar de la calma a la ira antes de decir «Jesús». El Marqués lanzo una mirada al correo que aun seguía tirado en el suelo, protegiéndose la cara con el brazo. -¡Salid de una vez!- Gruñó molesto por tanta pantomima y luego echo una mirada al otro, reprimiéndole. -Capitán no os he hecho llamar para que entorpezcáis el envió de una carta a su Majestad.-No le caía en absoluto este capitán, ya tenia pensado un buen sustituto para él. Alguien de fidelidad probada, pero mientras se ocupada de eso tendría que aguantárselas. Este le miro con orgullo, bajó la mano haciéndola descansar en la cazoleta de la espada y avanzó con paso firme, dejando que el joven escapara, se planto delante del anciano Marqués, que seguía sentado, e hizo una reverencia de cabeza.

Por lo que podía ver en los ojos del capitán de Galeras, Don Alfonso de Riva, el sentimiento de repulsa era mutuo. -¿Con cuantas galeras contamos?- Se dejo de protocolos, no había tiempo que perder. Este contesto con seguridad a pesar de las horas que era. -Veintidós en puerto, cuatro de ellas en labores de calafateado. -Su cara se debió torcer pues este se apresuro a puntualizar. -Se esperan ocho mas para finales de semana, de vuelta de hacer la escolta. -¿Dieciocho galeras?- Trago con cuidado, la edad hacia tiempo que le había curado de miedos y espantos pero una situación tan adversa hizo que se le tensase la voz. -Aprovisionadlas para salir de inmediato. -Ordenó, pero el capitán empezó a mesarse el bigote con dos dedos y una sonrisa burlona apareció en sus labios. -Excelencia... La tripulación goza de descanso en puerto, no esperéis que a las horas de Dios que al Virrey apetezca estén esperando a que los llaméis, mas bien habría que buscarlos en las mancebías y tabernas del Barrio Español.- Rió entre dientes, aquel era el barrio donde se concentraban la mayoría de los soldados de tercio y burócratas de la corona que convenían en la ciudad, así al menos lo llamaban los Napolitanos, y los Hispanos lo habían tomado como propio. -Pues entonces tenéis trabajo que hacer.- Sentenció el Virrey ignorando la risa. -Han avistado velas turcas a un día de la ciudad.- El capitán abrió la boca pero el anciano le corto. -A cientos, si creemos las palabras del marino. Tomad el mando de las galeras, también la de «Nuestra Señora de la leche» os podrá ser de utilidad pues ellos los han avistado, salid hacia Sicilia y tomad bajo vuestro mando todas las naves que encontréis en los puertos, una vez en Siracusa esperad mis ordenes, no nos encontraran indefensos, pardiez.- No hubo replicas, uno estaba acostumbrado a mandar y ser obedecido, y el otro se trago el orgullo pues antes que los gustos esta el honor y el Rey. Hizo una reverencia y salio rápidamente.

El secretario tragó saliva y dejo la pluma en el tintero, todavía nervioso por la pelea que había ocurrido hacía apenas unos minutos, desde luego no era hombre de acción, pensó el de Mendoza. Después lanzo una mirada a su hijo, satisfecho, era como verse ha treinta años. Aunque eso hacía que la edad pesase más, significaba que el destino de su familia estaba bien asentado. -Plantad bandera, necesito al tercio listo para, llegado el caso, luchar contra el turco. Aprovisionad de soldados esas galeras pero quiero que os quedéis en tierra.- Dijo con firmeza y con un gesto de mano acalló el reproche. -Os necesito aquí.- No dijo mas, le dejo salir con puños y mandíbula apretados. Una vez a solas con el secretario, volvió a tamborilear con los dedos en el brazo del asiento y luego soltó un golpe con la palma que hizo saltar de su silla al hombrecillo. -¡Haced tocar al arma! ¡Que Napoles despierte! Que sepan que, no lo quiera Dios, el turco se acerca queriendo su final.-Bramó y después trago saliva, tenia la boca seca. Maldijo para si, no podía fallar en esto. Solo se lamentaba de que Dios no le había dado mas tiempo para organizar mejor esa ciudad antes de ponerla a prueba.

Apuró el vaso de vino de un trago mientras, de fondo, no se oía otra cosa que el clamor de las campanas redoblando en la Catedral.

sábado, 18 de abril de 2015

4/18/2015 04:53:00 p. m. - No comments

El Turco no descansa (Parte I)



Cuando a uno le despiertan tan temprano solo algún mal asunto puede estar esperándole. Más si eres el Virrey de Nápoles. Íñigo Lopez de Mendoza, Conde de Tendilla y Marqués de Mondéjar no estaba del mejor humor, y no era solo por los achaques propios de la edad. Hacia dos semanas que había llegado desde Valencia por orden de puño y letra del Rey, su misión, impedir a toda costa que los piratas siguiesen saqueando a sus anchas las ricas costas Italianas y por ende, del Mediterráneo.

Para ello le habían conferido el mayor Baluarte de la cristiandad en esa zona.

Lo que pesaba en su ánimo era que, si bien su majestad era justo, también implacable, necesitaba resultados rápidos e informes casi diarios que habían que llevar los correos reales al Alcázar de Madrid. Un mal paso podía acabar con la confianza que habían puesto en él. Y no había llegado tan lejos para fallar a manos de los de Berbería.

Frunció el ceño, su secretario, al que había ordenado sacar de la cama, acababa de entrar en mangas de camisa. Una pequeña herencia del anterior virrey. Hombre menudo, medio calvo y rechoncho, muy docto en todos los asuntos que importaban al buen gobierno, pero que no sabia guardar las formas, se guardó el reproche para mas tarde pues ahora había asuntos importantes que atender. -Sentaos y tomad nota de todo lo que se diga.- Ordeno al secretario. El Virrey tomo asiento en si silla de respaldo alto. A sus sesenta y tres años las rodillas no le daban tregua y tanta humedad y frió como esa ciudad tenia, no ayudaban nada.

Al cabo de poco la puerta del despacho se abrió y un hombre que se acercaba a la treintena, bien parecido, barbado y de espada al cinto se ilumino a la luz de las velas, destacaba la roja cruz de Calatrava en su pecho. Era demasiado joven para ser ya capitán de Tercio, también era hijo de su padre, eso lo facilitaba todo.

El Virrey observo como el tercero de su estirpe se colocaba a su lado y tamborileo con los dedos sobre el brazo del asiento, nervioso. No se hizo esperar mas la aparición. Un hombre de mar entro cuando fue invitado por los guardias que custodiaban la puerta. Lo decía su piel curtida por el sol, su miraba que buscaba escrutar el horizonte y el hedor a sal y sudor que desprendía. Hizo una reverencia torpe pero digna pese a las heridas que portaba vendadas en brazo, pierna y cabeza. -Julian Valladares, capitán de la galera «Nuestra señora de la leche», a las ordenes de su alteza.- Su voz era ronca y llena de orgullo, como la mayoría de los soldados de tierra o la mar que el viejo Marqués había conocido en su vida. -Tenéis noticias. -Respondió con brusquedad. No le habían despertado a tales horas para presentaciones ni pleitesías. El capitán asintió lentamente y apretó la mandíbula antes de hablar.

«Alteza, hace tres días veníamos haciendo mi barco y dos mas, «la blanca» y «el gorrión», el corso veinte leguas al sur del Golfo aquel donde Don Juan venció al Turco ha cuatro años. Con gran regocijo recodábamos esa batalla cuando vimos velas y bandera de infieles a cientos en el horizonte. Largamos trapo dándoles la popa pero en pocas horas siete bajeles, los mas rápidos que a fe mía he visto surcar la mar nos dieron alcance. «La blanca» fue la primera en caer al día siguiente por el bombardeo del infiel, y «el gorrión» quedo desarbolado a las pocas horas y en dura lucha contra tres de ellos. Entre los hombres empezó a decirse si eramos cobardes por no batirnos y ayudar a los camaradas pero bien sé que solo nos esperaría un mercado de esclavos en Costantinopla, y voto a cristo que ni eso ni la muerte temíamos los de mi galera. Si el mucho daño que tan grande flota del turco podía hacer en estas costas o las de levante si llegaran a arribar sin que estuviesen prevenidos. Dos bajeles quedaban a nuestra espalda cuando cayó la noche y al amanecer del segundo día los teníamos casi encima. Ya a tiro de arcabuz barrieron la cubierta y los nuestros correspondieron con saña. Vimos a una docena de infieles caer por la borda y muchos cristianos en nuestra cubierta malheridos. Así durante largo rato mantuvimos al infiel a raya. A la hora del señor, el Turco intento el abordaje pero naves cristianas en el horizonte les pusieron en fuga. Eran media docena de galeras que patrullaban frente a las costas de Siracusa y dimos gracias a Dios por ello.»

El Virrey echo un vistazo al secretario que hacia volar su pluma dejando todo el relato grabado en un puñado de legajos.

-Cientos decís.- Arrugo el bigote. No era extraño que el Sultán enviase ataques sobre sus costas, pero una gran flota era harina de otro costal, podrían tener otros planes. Hacia unos meses Don Juan de Austria había tomado Túnez dando otro golpe mortal a los infieles en esas aguas. Puede que estuviesen buscando la venganza, esos mal nacidos. -Habéis hecho un buen servicio a su Majestad Católica. Me ocupare de que seáis recompensado- Dijo mientras echaba un vistazo a su hijo y luego de vuelta al marino. -Os podéis retirar pero no salgáis de puerto hasta nueva orden por si requiero detalles.- Otra torpe reverencia y quedaron solos los tres de nuevo. -Levantad al capitán de las galeras y enviad carta a Madrid. El Rey tiene que saber esto de inmediato.

viernes, 17 de abril de 2015

4/17/2015 03:50:00 p. m. - No comments

Prólogo.

Qué se le congelaran los dedos de las manos no era lo que mas le preocupaba, había algo ahí afuera, en la negrura infinita del horizonte, su instinto se lo gritaba al oído. Esta sensación había hecho brotar el miedo, la necesidad sin pensárselo dos veces de tirar la lanza al suelo y correr, correr tierra adentro donde no pudiese ver la inmensidad del mar, ese pozo negro que atrapaba la mirada y retorcía los pensamientos hasta hacerlos débiles y cobardes.

Trago saliva y apretó el puño con fuerza, sintiendo la madera pulida de su arma, comenzó a caminar por el adarve, en busca del punto mas alto. La torre tenia 33 escalones muy desgastados, de los tiempos de los moros, decía su sargento, no le importaba eso ni otra cosa que no fuese estar lo mas alto posible e intentar escudriñar el horizonte. Aun quedaba tiempo para el alba y la noche sin luna era lo mas parecido a un infierno sobre la tierra. Al cobijo del fuego, con la vista perdida hacia la inmensidad se encontró al sargento,  cerca de un baliza donde ardía el fuego, a su luz vio sus facciones llenas de cicatrices y la poblada barba que escondía cientos mas. Recortada estaba su prominente barriga que la pechera de cuero endurecido apenas podía esconder. -¿Algo?- Pregunto con la lengua lenta por el vino. -Nada nuevo.- Respondió el guardia con la suya atenazada por el frío. No se miraron, miraban ambos hacia la mar cuyas olas rompían una docena de picas mas abajo.

Pum, pum, pum.

Un retumbar a lo lejos. El guardia se agarro a la almena mas cercana poniendo el oído, aunque sin atreverse a enseñarlo fuera del casco no fuese que se le helara. -¿Lo habéis oído?- Dijo con un hilo de voz. El sargento abrió la boca para hablar.

Pum, pum, pum.

Y la volvió a cerrar frunciendo el ceño. -Suena como...- No termino la frase, el silencio vino cuando una saeta se incrusto con fuerza en su rostro iluminado por el fuego. El guardia se retiro instintivamente de la almena y se agacho a cubierto de una docena de saetas que silbaron sobre su cabeza y terminaron rebotando o clavándose en el techamen de madera.

Pum, pum, pum.

-Tambores. -Dijo atragantándose con el miedo. El sargento ya no se movía pero si su sangre empezó a correr entre las piedras, roja con las llamas reflejadas en ella.

Pum, pum, pum.

Eran cada vez mas rápidos, el guardia se medio incorporo y agarro la cuerda de la campana. Debía avisar, no sabia si eran piratas de berberia o el mismísimo diablo pero debía avisar al pueblo. Tiro con fuerza.

Tlan, tlan, tlan.

Tlan, tlan, tlan.

Pum, pum, pum.

Un latigazo de dolor le recorrió el brazo, soltó la cuerda. La saeta asomaba por su codo, un grito seco se perdió en el aire de la noche, y mas tambores resonaron.

Pum, pum, pum.

4/17/2015 02:54:00 p. m. - No comments

Una nueva era





Un saludo a todos, viajeros incansables, hombres y mujeres de tierra y la mar a los que el devenir de los tiempos han hecho que caigáis en este lugar, os doy la bienvenida.

Como declaración de intenciones os diré que no se donde me llevara esto que estoy empezando aquí, puede que a nada, puede que a mucho. Desde niño he tenido afición por escribir historias, grandes y pequeñas. Siempre me ha gustado inventar, narrar y plasmar lo que fluye dentro de mi sesera. A veces lo he mostrado, otras lo he guardado para mi, pero desde hace tiempo la idea de compartirlos de esta manera me ronda por la cabeza. Llevar una historia, colocar textos aquí donde cualquiera puede verlos y opinar como le plazca, en definitiva, crear algo, dar forma a uno o varios mundos, dotar de vida a personajes y dejar que sigan una senda repleta, o no de grandes aventuras.

Mi idea es colocar textos que vaya escribiendo, así también obligo a mi cabeza a escribir y mantenerse activa, y luego ver en que va derivando todo eso y si sale algo interesante. Así pues os animo a leer y si gustáis, opinar de todo lo que aquí ocurra.

Manuel Matesanz.