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El turco no descansa (Parte II)
El lacre con el escudo del Virrey selló el papel en cuanto el secretario termino el despacho, era solo para ojos de su Majestad.

Por lo que podía ver en los ojos del capitán de Galeras, Don Alfonso de Riva, el sentimiento de repulsa era mutuo. -¿Con cuantas galeras contamos?- Se dejo de protocolos, no había tiempo que perder. Este contesto con seguridad a pesar de las horas que era. -Veintidós en puerto, cuatro de ellas en labores de calafateado. -Su cara se debió torcer pues este se apresuro a puntualizar. -Se esperan ocho mas para finales de semana, de vuelta de hacer la escolta. -¿Dieciocho galeras?- Trago con cuidado, la edad hacia tiempo que le había curado de miedos y espantos pero una situación tan adversa hizo que se le tensase la voz. -Aprovisionadlas para salir de inmediato. -Ordenó, pero el capitán empezó a mesarse el bigote con dos dedos y una sonrisa burlona apareció en sus labios. -Excelencia... La tripulación goza de descanso en puerto, no esperéis que a las horas de Dios que al Virrey apetezca estén esperando a que los llaméis, mas bien habría que buscarlos en las mancebías y tabernas del Barrio Español.- Rió entre dientes, aquel era el barrio donde se concentraban la mayoría de los soldados de tercio y burócratas de la corona que convenían en la ciudad, así al menos lo llamaban los Napolitanos, y los Hispanos lo habían tomado como propio. -Pues entonces tenéis trabajo que hacer.- Sentenció el Virrey ignorando la risa. -Han avistado velas turcas a un día de la ciudad.- El capitán abrió la boca pero el anciano le corto. -A cientos, si creemos las palabras del marino. Tomad el mando de las galeras, también la de «Nuestra Señora de la leche» os podrá ser de utilidad pues ellos los han avistado, salid hacia Sicilia y tomad bajo vuestro mando todas las naves que encontréis en los puertos, una vez en Siracusa esperad mis ordenes, no nos encontraran indefensos, pardiez.- No hubo replicas, uno estaba acostumbrado a mandar y ser obedecido, y el otro se trago el orgullo pues antes que los gustos esta el honor y el Rey. Hizo una reverencia y salio rápidamente.
El secretario tragó saliva y dejo la pluma en el tintero, todavía nervioso por la pelea que había ocurrido hacía apenas unos minutos, desde luego no era hombre de acción, pensó el de Mendoza. Después lanzo una mirada a su hijo, satisfecho, era como verse ha treinta años. Aunque eso hacía que la edad pesase más, significaba que el destino de su familia estaba bien asentado. -Plantad bandera, necesito al tercio listo para, llegado el caso, luchar contra el turco. Aprovisionad de soldados esas galeras pero quiero que os quedéis en tierra.- Dijo con firmeza y con un gesto de mano acalló el reproche. -Os necesito aquí.- No dijo mas, le dejo salir con puños y mandíbula apretados. Una vez a solas con el secretario, volvió a tamborilear con los dedos en el brazo del asiento y luego soltó un golpe con la palma que hizo saltar de su silla al hombrecillo. -¡Haced tocar al arma! ¡Que Napoles despierte! Que sepan que, no lo quiera Dios, el turco se acerca queriendo su final.-Bramó y después trago saliva, tenia la boca seca. Maldijo para si, no podía fallar en esto. Solo se lamentaba de que Dios no le había dado mas tiempo para organizar mejor esa ciudad antes de ponerla a prueba.
Apuró el vaso de vino de un trago mientras, de fondo, no se oía otra cosa que el clamor de las campanas redoblando en la Catedral.